Así le dijeron: "La vida se compone de pequeños matices que hay que localizar y guardar como tesoros". De modo que Pandora comenzó a archivar todos los matices de las voces que oía, los dobles sentidos, las ironías, buscó en las imágenes que captaba su vista los gestos, los cambios de luz, la penumbra que siempre crece a la espalda de los objetos que miran al sol, se acostumbró a leer entre líneas, a interpretar más allá de las palabras, a trasponer los límites de la hermenéutica.
Miraba a los ojos, siempre, con lo difícil que es. En los ojos los matices se desenvuelven con total libertad, estallan en mil brillos, se disfrazan de mil formas diferentes.
Pandora recogía estos matices y los guardaba en una caja, sin advertir que una ironía esconde un mal deseo, que los gestos tapan mentiras, que entre líneas se leen invectivas malintencionadas.
Cuando Pandora, un día, abrió la caja, los matices eran tantos que escaparon y se esparcieron por el mundo en forma de demonios, y todavía, si ponemos mucha atención, podemos observarlos, pese a su discreción, haciendo de las suyas, perturbando con la confusión la simplicidad de las vidas de los hombres.
Sobre todo, en los ojos de los demás.