La mejor opción es la de moverse entre la realidad y la ficción.
La realidad por sí misma aburre, consume, aterra. Comprobar que las cosas transcurren como deben, que no existen sobresaltos ni alteraciones, no satisface. El estatismo es insuficiente, y la realidad, por más que tratemos de dinamizarla, se mueve mediante unas reglas predeterminadas.
Tampoco debe de ser bueno sumergirse en la ficción, porque es inestable, aleatoria, insustancial, porque puede ser bella, sí, pero también puede volverse en tu contra y ahogarte como una bufanda demasiado apretada.
Habría que intentar ser el fantasioso incorregible en los dominios de la realidad, el sereno pragmático en el mundo de hadas de los que no alcanzan a poner los pies en el suelo.
Aunque ni unos ni otros te identifiquen como miembro de su grupo.
Aunque te sientas sólo en tu singularidad.