Se sumergió hasta rozarlos levemente con sus dedos. Montañas de coral, acumulado en valles, ascendiendo por las escarpadas rocas del pie del acantilado, toda una orografía de luces y matices cromáticos.
A su alrededor nadaba una infinidad de peces multicolor. Le observaban con atención y cierta extrañeza, y se retorcían en escorzos como ofrenda de bienvenida. Sus frágiles escamas reflejaban, como estrellas titilantes, los rayos del sol que, atrevidos, cruzaban la superficie marina y su aproximaban a ellos.
Deseó permanecer en aquel entorno eternamente. Vio un pequeño cangrejo deslizarse ágilmente por una estrecha grieta, y decidió acercarse a conversar con él.
Apenas se dio cuenta de que necesitaba respirar. A medida que el oxígeno comenzaba a faltarle y una paz extática se apoderaba de él, a medida que notaba como sus pulmones se llenaban de agua y la vida se le extinguía, levantó la mano. También lo hizo el cangrejo, para devolverle el saludo.