Pues no sé, en el fondo creo que me daría igual que bailasen sobre mi tumba. De hecho, no estoy seguro de querer tener una tumba, al final queda abandonada, y las visitas se reducen al tiempo que tus huesos se van convirtiendo en polvo. Después de cinco años, o diez, o veinte, o cien, ya nadie te recuerda, quieras o no.
¿Cuántos individuos anónimos han pasado por este mundo? Da miedo calcularlo, pero seguro que la mayoría de ellos pretendían ser recordados.
La única razón por la que me gustaría tener una tumba es para quedarme encerrado dentro al estilo de los cuentos sobre narcolépticos de Poe. Tiene que ser divertido, despertar en tu ataúd, arregladito y maquillado, y saberte un par de metros bajo tierra, o tras un muro de ladrillo. Debe de ser algo así como vivir en un loft de estos urbanos de última generación.
Y que vengan a visitarme creyéndome muerto, y yo gritando como un histérico al otro lado, exhalando el grito de los condenados...