Comenzó olvidándose de pequeños detalles, de datos concretos, de ciertas fechas y nombres de los miles que había ido almacenando en su mente durante años, como valiosos tesoros, como secretos personales e inconfesables.
Más tarde olvidó vivencias, situaciones. Que si tenía algo que hacer a tal hora, que dónde estuvo tal día.
El tiempo borraba su vida y la de aquellos que la rodeaban. Cuando los rostros comenzaron a difuminarse sus recuerdos se convirtieron en objetos ajenos, seres extraños e irreconocibles que hacían comentarios sin importancia.
Terminó por olvidar todos los datos, todas las experiencias, todos los rostros. Terminó incluso por olvidarse de sí misma, por olvidar quién era, por olvidar que alguna vez había existido y que poseyó una memoria.
Vivía en el presente, el pasado moría a cada instante.
Y no lo lamentaba. El pasado no duele si no se recuerda.