domingo, 15 de abril de 2007

El duelo

"Tu ofensa es imperdonable", me dijo. "Te reto a duelo". Entonces me dio un guantazo, pero no un guantazo normal, de los de mano abierta, sino un guantazo con el delicado guante de franela blanca del que se había despojado para la ocasión.
Y yo, tan pacífico, comprendí perfectamente las razones que llevaban a la gente de alcurnia a retarse en duelo por las ofensas más estúpidas e insignificantes. Es tanta la rabia que produce el guantazo, tan ingrato el tacto de la tela en las mejillas, que el perdón verbal deja de ser una opción.
"Elige arma", dijo. Y por encima de las pistolas o de los floretes seleccioné el arma más dolorosa. "Un duelo a guantazos", dije. "A muerte". "Mañana al amanecer, en el bosque, con padrinos, por supuesto". Y salí corriendo a buscar a mi padrino, y a buscar unos guantes. De boxeo, claro.