Una inmensa y desierta explanada, yerma y seca, desprovista de cualquier atisbo de vida más allá del que pudiera proporcionar el caminante que buscaba en el horizonte, sin encontrarlo, algo distinto de una línea horizontal fría e infinita.
Tal vez si las fuerzas no estuvieran ya comenzando a decaer, si sus sandalias no se estuvieran deshaciendo en pedazos, si sus pies no gimieran de dolor cada vez con mayor patetismo... pero el horizonte impasible continuaba a la misma distancia.
Y el viajero, que no tenía consejero a quien confesar sus cuitas, que carecía de almohada con la que consultar sus dudas, cerró los ojos, apretó los dientes, dio un paso adelante, y luego otro, y a quién le importaba no llegar a ningún sitio si el camino recorrido había sido lo suficientemente largo como para sentirse orgulloso de él.
El mundo era un desierto tan vasto que buscar una chispa de vida era mérito suficiente, y encontrarla un auténtico milagro.