lunes, 4 de junio de 2007

El mar

Me encuentro sumergido hasta la cintura en el mar de la muerte. Entro en él poco a poco, paso a paso, con verdadero deleite. Los vivos ya no me hablan, me ven demasiado lejos, tampoco lo hacen los muertos, de momento, pero lo harán, llevo toda la vida callándome conversaciones interesantes y guardándolas para el momento que está a punto de llegar.
Las aguas del mar de la muerte son densas, muy densas, y negras como el petróleo. Comienzo a cansarme de andar y las plácidas ondas de la masa acuática en calma no pasan de mi ombligo. Juraría en hebreo, pero desconozco los entresijos de tal lengua; me rasgaría las vestiduras, pero me desnudé en la orilla.
Y empiezo a olvidarlo todo. Incluso empiezo a olvidar quién soy. No puede ser que la entrada en el reino de los muertos precise necesariamente una limpieza de memoria. No puede ser. ¿Qué será entonces de todas las conversaciones que pudieron ser y no fueron? ¿Dónde irán a parar?