Diluvios por la mañana, diluvios por la tarde, diluvios durante la noche... En el país de los diluvios estos habían dejado de ser considerados una calamidad o una catástrofe natural para convertirse en lo más normal del mundo, y sus habitantes caminaban con total naturalidad bajo el manto de agua, y en aquel medio convivían.
Era un ejercicio supremo de adaptación al medio, desde luego, pero para ellos no suponía más que una forma de vida como otra cualquiera. Salir a la calle suponía mojarse, y mirar por la ventana ofrecía siempre el mismo panorama, las gotas de agua chorreando por el cristal.
Cuando un espeso mar lo cubrió todo, los habitantes del país de los diluvios descubrieron que era más útil caminar por el fondo que intentar flotar en la superficie, y hasta tal punto llevaron a la práctica su descubrimiento que cuando las aguas se retiraron lo lamentaron enormemente, y ellos mismos lanzaban agua sobre sus tierras, sobre sus cabezas, y trataban de aparentar que nada había cambiado, que lluvia seguía reinando.