-¿Y qué vas a hacer a partir de ahora? -le pregunté a aquel tipo mientras apuraba los últimos tragos de una ginebra que me estaba sabiendo tan amarga como mi existencia.
- Pues a partir de ahora me voy a dedicar a componer en serio. Voy a componer una sinfonía, la sinfonía más perfecta y melodiosa que jamás haya imaginado la humanidad. En realidad ya la tengo en la cabeza, ¿sabes?, sólo me falta plasmarla, modelarla, convertirla en mi creación. Siempre estuvo ahí, saltando en mi interior, sonando con cada respiración, germinando y esperando su momento.
Le pregunté cuándo comenzaría, pero sus respuestas eran vagas, y mientras apuraba trago tras trago de un tequila horroroso me habló del poder de la música, de la hipnosis colectiva, incluso intentó esbozar un plan de conquista del mundo que se fue difuminando a medida que su lengua se paralizaba por el alcohol y su cabeza se nublaba por el humo de su tabaco negro.
Le dejé durmiendo sobre la mesa entre estertores de dipsómano. O quizá había perdido la consciencia, no sabría decirlo con claridad. El caso es que estoy convencido de que concluirá su sinfonía en cuanto se lo proponga, y de que será tan bella como él prevé.
Cuando recupere el sentido, claro. O quizá aunque no lo recupere jamás. Los artistas geniales son así...