domingo, 1 de julio de 2007

El mal

El mal durmió durante seis años. Quizá porque estaba cansado, porque todo termina por aburrir, por convertirse en rutinario, el mal decidió tomarse un período sabático, y se echó a dormir.
Despertó al séptimo año. Tenía los brazos entumecidos, la espalda dolorida y un indescriptible zumbido le golpeaba el cráneo desde dentro. La habitación se había llenado de telerañas que, desde las esquinas, tímidamente pero sin oposición, se habían atrevido a adentrarse en todos los espacios libres, dividiendo la realidad, con sus finos hilos, en una multiplicidad de figuras geométricas.
Despertó el mal y se asomó al mundo. Pensó que tendría que empezar de cero, habría que volver a tentarlo, a limar la nueva Edad de Oro que seguro que había surgido en su ausencia, pero comprobó que todo seguía igual, que sus aliados, los hombres, habían aprendido con tal constancia sus enseñanzas que eran capaces de hacer uso de ellas sin contar con su maestro.
El mal había trabajado tan bien su mundo que este se había tornado autosuficiente. Desde su ventana, observando su creación, se sintió orgulloso. Orgulloso y hastiado. Ya no tenía nada que hacer, no era necesario.
Por esa razón se volvió a su cama, y cambió su período sabático por una jubilación anticipada...