Vegetación a un lado, vegetación al otro, de tal frondosidad que parece un milagro que la estrecha senda se haya abierto paso a su través. Algunas ramas, atrevidas, te rozan el rostro, y no comprendes muy bien si pretenden advertirte sobre los peligros que te esperan si continúas o si sólo se acercan a saludarte y a admirar tu valor.
Repentinamente surge, tras unos setos y como un apéndice natural de la montaña, la pequeña capilla abandonada. Por poseer sus paredes compiten la hiedra y una especie de lagartija de rabo más largo y verdoso de lo que yo recordaba en otros miembros de su especie. De lo que fuera el altar de piedra sólo quedan pedazos dispersos.
Podría pasar aquí la noche, tal vez haya, en algún rincón, una entrada oculta a alguna cripta. Quizá allí descansan, desde tiempo inmemorial, los restos de un puñado de beatos que no encontraron lugar mejor para pasar el resto de su otra vida. Si pudiera unirme a ellos...