Imposible protegerse. Te escondes en un lugar que parece seguro y esperas a que pase la avalancha. Oyes un estruendo ensordecedor que te hace temblar de la cabeza a los pies, y cuando disminuye, cuando de fuera sólo parece llegar el silencio, asomas la cabecita con timidez, para examinar el terreno.
Pero todo está oscuro.
Surge entonces la duda de todo aquel que quiere huir de las masas, de su dirección teledirigida y de sus convicciones inducidas. ¿Salgo o no salgo? Tal vez todos han recobrado la cordura, y ahora son personas normales, y cada una busca su camino sin tener que seguir todas el mismo.
Puede que a la primera no salgas; puede que a la segunda tampoco. Pero de repente decides que ya ha llegado el momento, y abandonas tu escondite. La oscuridad no te deja ver, y cuando descubres que nada ha cambiado ya es demasiado tarde, son tantos y están tan cerca que la marea te arrastra como a uno más, y tú no estás de acuerdo, y te lamentas, pero no puedes evitar moverte, empujado, en su misma dirección.
Los de arriba, al verlo, sonríen y te encasillan como uno más...