Tomaban gin-tonics de forma indiscriminada, juraría haber servido ya cuatro o cinco rondas cuando empezaron a elevar el tono de voz. Se desafiaban unos a otros, que si yo lo conseguiría sin problema, que si yo lo haría mucho antes. No llegué a saber muy bien de qué hablaban, tan sólo les vi escribir en una hoja de papel y estampar su firma, cada uno de ellos. Luego introdujeron el papel en un sobre y me lo entregaron con una sola indicación, no lo abras hasta que no vuelva alguno de nosotros.
De eso hace ya tres años. Cualquiera diría que es mucho tiempo. En realidad, dudo mucho que hayan permanecido en el pueblo. Es un pueblo pequeño, yo lo cruzo a pie cada mañana, en algún momento tendría que haberlos visto.
Pienso que se fueron lejos. No sé si los tres juntos, al mismo lugar, o a las mismísimas puntas opuestas de este mundo, pero estoy seguro de que se fueron.
No sé si volverán, la verdad. El sobre es este, aquí sigue guardado, y aquí seguirá hasta que alguno de ellos asome su jeta desvergonzada por esa puerta. Eran buenos clientes, los clientes de gin-tonic suelen ser fieles, a su bebida y a su camarero, no tengo razones para desobedecer sus instrucciones.