jueves, 25 de octubre de 2007

Consumación

Pensó que si con cada movimiento respiratorio, con cada espiración, con cada aliento que expulsaba se iba un trocito de él, entonces llegaría el momento en que se encontraría vacío, desinflado como un globo, y se extinguiría o, peor aún, quedaría reducido a un pellejo informe tirado en el suelo.
Así que recogía su aliento, esos trocitos de alma que se escapaban con cada cantidad de aire expulsado, y los guardaba en una caja. Cuando tuvo los necesarios, se recompuso a sí mismo, un doble hecho con el alma que a él se le iba a cada segundo.
Cuando se vio a sí mismo, o a alguien igual que él, salir de la caja, levantarse, sonreír y bajar a la calle a dar un paseo comprendió que, simplemente, se había convertido en un desalmado.