Miedo a la muerte, pero también a lo que la vida nos puede deparar; miedo al dolor, por supuesto, pero también a que la ausencia de este sea el preludio de su llegada; miedo a los demás y a sus crueldades, aunque, igualmente, miedo a uno mismo y a sus posibles reacciones; miedo a la oscuridad y a lo desconocido tanto como miedo a la luz cegadora del conocimiento; miedo a lo que pueda pasar, y miedo a que lo que ya pasó pueda influirnos negativamente; miedo a tener miedo y ser cobarde, y miedo a no tenerlo y convertirse en un descerebrado temerario.
No sé si tengo más miedo a cerrar los ojos y entregarme a lo que pueda pasar, o a abrirlos y comprobar que, en efecto y como siempre, lo que ha pasado no era, en absoluto, aquello que yo esperaba.