viernes, 19 de octubre de 2007

Se vive cuando se espera algo bueno, y si no se espera nada, no es una vida

¿Alguna vez se han levantado de la cama teniendo el día perfectamente planeado, hora a hora, casi minuto a minuto, con todas las obligaciones, los descansos, los encuentros e incluso las conversaciones detalladas en la mente a la perfección? Supongo que sí, unos con más frecuencia que otros, desde luego, pero todos solemos, en cierta medida, dedicar unos minutos, al final de la jornada, a recapitular lo pasado y planear lo futuro.
¿Alguna vez les ha sucedido que un día planeado termina por resultar completamente distinto a lo que debía ser? El día menos pensado, el más insulso. Cuando parece que todo está bajo control... ¡zas!, aparece el imprevisto, se muestran los imponderables, el azar juega su baza.
A veces los cambios son a mejor; a veces, la mayoría de las veces, a peor.
Y sin embargo uno tiene la sensación de que las pruebas están para superarlas, de que es necesario, imprescindible, hacer planes para luego comprobar que uno tiene, todavía, fuerzas para sobreponerse a su destrucción...