Siempre oyó voces en su cabeza. En un principio, cuando niño, pensaba que era algo que le pasaba a todos. Era divertido, como hablar con los amigos sin necesidad de tener a nadie alrededor. La gente le miraba raro, y sus padres resoplaban preocupados.
Cuanto mayor se hacía, más raro le miraban, hasta que llegó a la conclusión de que era posible que los demás no oyeran voces en sus cabezas, o que las oyeran pero a un volumen muy bajito, casi inaudible, o que las hubieran oído hacía tiempo pero ya se hubieran disipado.
Poco importaba. Sus voces eran divertidas, originales y ocurrentes, mucho más que la mayoría de las personas corpóreas. A veces cantaban a coro, como los ángeles, y sonaba tan bonito...; otras veces le aconsejaban, no hagas esto, haz lo otro, no le hagas caso a esta personas, aléjate de esta otra, mata a la de más allá; y a veces, pero muy pocas veces, las voces dirigían sus movimientos y gobernaban sus manos. En esos momentos llegaba a perder la consciencia.
Pero no pasaba nada. Él confiaba en sus voces y siempre despertaba en su habitación, a salvo. Luego era una lata limpiar la ropa manchada de sangre, pero lo hacía con placer si con ello podía gozar de su compañía...