Uno de mis pacientes llegó el otro día contándome "una simpática pesadilla recurrente", como él mismo dio en llamarla. Una vez reconocida su naturaleza, he de afirmar que yo no la identificaría con una pesadilla, pues pese a su carácter retorcido y, en cierto modo, "antinatural", no provocaba en el paciente la menor sensación negativa, ni dolor, ni miedo, ni angustia. A decir verdad, ni siquiera podría calificarse, en propiedad, como un sueño, pues no se producía durante el período estricto de inconsciencia onírica, sino en el leve pero productivo espacio de tiempo previo a este y que podríamos llamar "duermevela".
Sucede que mi paciente, quizá debido a la relajación propia de los músculos anterior al sueño, se percibía víctima de un cruel asesino descuartizador, alguien desconocido que le troceaba mientras él yacía en la cama, con un hacha u otro instrumento cortante, siempre de abajo hacia arriba. Primero, los tobillos; luego las rodillas; luego, las piernas. La sensación era tan real que mi paciente podía incluso llegar a notar la sangre brotando a chorros de sus heridas y esparciéndose por las sábanas.
Y lo más curioso era que el hecho de ser descuartizado no provocaba en mi paciente temor alguno, ni dolor, más bien al contrario, una sensación de sosiego y placidez más propia del reposo en calma que del asesinato salvaje.
Me dijo mi paciente que quería acabar con aquel sueño desagradable. "¿Por qué?", le pregunté. "¿Acaso no me ha dicho que le reconforta?". Pero él insistió. Hay quien tiene miedo de su propia mente. Así que até a mi paciente al diván, me dirigí al armario y, haciendo caso omiso a lo que ahora se habían tornado llantos y súplicas, saqué de él el hacha que guardo para momentos como aquel. Siempre me encantó hacer realidad los sueños de mis pacientes...