lunes, 3 de octubre de 2011

En cualquiera de las franjas transversales

     Lo cierto es que jamás había tenido ni idea de cómo se creaban los agujeros negros. No sabía si surgían de repente, o si pasaban años en formación latente, o si habían estado ahí siempre, desde el principio de los tiempos. En realidad tampoco le había interesado nunca demasiado.
     Ahora lo lamentaba, cómo lamentaba no saber cómo tratarlos, ahora que se había encontrado con uno frente a él, frente a su coche, justo en el centro del paso de cebra.
     ¿Qué hace uno cuando un agujero negro le interrumpe el camino de vuelta a casa? Tocar el claxon, en primer lugar; intentar dar marcha atrás, en segundo. Ninguna de estas acciones, no obstante, da resultado, especialmente cuando el claxon se apaga entre el estruendo de las decenas de ellos que hacen sonar los conductores alterados que comienzan a formar un atasco enorme y que, por supuesto, impiden la retirada.
     La gravedad de la situación se hizo patente cuando el agujero negro absorbió la luz del semáforo. Ya había absorbido con anterioridad a un puñado de peatones, pero la ausencia de luz hacía difícil el deseado cambio al color verde, y eso sí que requería acciones inmediatas. Estaba ya a punto de desesperar cuando se dio cuenta de que en un semáforo apagado y sin peatones el conductor tenía vía libre. Qué despiste.
     Decidió con convicción pisar el acelerador para pasar por encima del agujero, pero este había absorbido ya la dimensión tiempo, de modo que el avance era imposible. Amagó con golpear el volante en un ataque de rabia. Se consoló, no obstante, pensando que pronto el atasco se extendería a toda la ciudad, a toda la región, al país y, posiblemente, al mundo entero a medida que el agujero fuera absorbiendo todo lo que se encontrara en sus alrededores.
     Qué mala suerte, hoy que había partido en la tele. ¿Qué hay al otro lado de un agujero negro? Lo que estaba claro es que esperaba que no hubiera atascos en las horas punta y que las autopistas no fueran de pago...