Ahora lo lamentaba, cómo lamentaba no
saber cómo tratarlos, ahora que se había encontrado con uno frente
a él, frente a su coche, justo en el centro del paso de cebra.
¿Qué hace uno cuando un agujero negro
le interrumpe el camino de vuelta a casa? Tocar el claxon, en primer
lugar; intentar dar marcha atrás, en segundo. Ninguna de estas
acciones, no obstante, da resultado, especialmente cuando el claxon
se apaga entre el estruendo de las decenas de ellos que hacen sonar
los conductores alterados que comienzan a formar un atasco enorme y
que, por supuesto, impiden la retirada.
La gravedad de la situación se hizo
patente cuando el agujero negro absorbió la luz del semáforo. Ya
había absorbido con anterioridad a un puñado de peatones, pero la
ausencia de luz hacía difícil el deseado cambio al color verde, y
eso sí que requería acciones inmediatas. Estaba ya a punto de
desesperar cuando se dio cuenta de que en un semáforo apagado y sin
peatones el conductor tenía vía libre. Qué despiste.
Decidió con convicción pisar el
acelerador para pasar por encima del agujero, pero este había
absorbido ya la dimensión tiempo, de modo que el avance era
imposible. Amagó con golpear el volante en un ataque de rabia. Se
consoló, no obstante, pensando que pronto el atasco se extendería a
toda la ciudad, a toda la región, al país y, posiblemente, al mundo
entero a medida que el agujero fuera absorbiendo todo lo que se
encontrara en sus alrededores.
Qué mala suerte, hoy que había
partido en la tele. ¿Qué hay al otro lado de un agujero negro? Lo
que estaba claro es que esperaba que no hubiera atascos en las horas
punta y que las autopistas no fueran de pago...