martes, 25 de octubre de 2011

Volare

     Comenzaba a anochecer. Recordé que una vez me dijeron que entre los últimos rayos de sol, en cada crepúsculo, siempre surge uno especial, una especie de fogonazo de tonalidad extrañamente verdosa y un brillo especial, y que los afortunados capaces de percibirlo se entregan a una forma de revelación, capaz de cambiar sus esquemas mentales y dotar de sentido a sus vidas.
     Aproveche la situación y busqué el tan anhelado rayo. No era la primera vez que lo hacía. Y como en las veces anteriores, en esta ocasión mi intento también careció de cualquier atisbo de éxito.
     Los ocasos crean confusión, tal vez por esa mezcla momentánea entre luz y oscuridad durante la cual es difícil saber a qué atenerse. Crean confusión e invitan, tal vez como consecuencia de esta, a las confidencias. Por eso no me extrañó que aquel tipo se dirigiera a mí, y di inmediatamente por hecho que lo hacía porque me había encontrado casualmente en aquel lugar y en aquel momento, y que se hubiera dirigido a cualquier otro si lo hubiera tenido al lado.
     "¿Sabes? En ocasiones me siento volar, no como en un avión, sino como un pájaro, me siento ingrávido y liviano y me veo desplazándome por el mundo como una mota de polvo".
     Normalmente las tonterías que me dicen los desconocidos no me afectan en absoluto. En aquella ocasión, sin embargo, me volví y le miré. Llevaba yo ya tiempo fantaseando con la idea de volar, con la posibilidad de despegar del suelo, con lo que ello supondría de realización personal, de deseos satisfechos, de culminación de las capacidades espirituales humanas.
     Quise que me contara la experiencia. Quise saber qué se sentía, cómo lo hacía, si yo podía llegar también a disfrutarlo. Me sorprendió, no obstante, su gesto de angustia. No parecía estar contándome una experiencia mística sino una sesión de tortura.
     "Pero vuelas, ¿no? Eso es maravilloso...".
     "Y me estrello, siempre acabo estrellándome contra el suelo, cayendo a plomo desde las alturas, reventándome en pedazos contra la dura tierra. Ese dolor, ese tremendo dolor, todos mis huesos hechos astillas...".
     Me pareció que iba a comenzar a llorar. Reflexioné durante unos instantes sobre las distintas caras de una misma realidad. Volar o no volar, esa era cuestión. Querer volar o no querer volar, más bien. No extraje grandes conclusiones, por desgracia. Ya había, definitivamente, anochecido.