Me acerqué atraído por el barullo, más para pasar el tiempo que por verdadero interés o curiosidad. A un lado de la plaza, sobre el muro lateral de la catedral, se encontraba un trilero que jugaba con el público, tres cubiletes colocados boca abajo y una bolita que pasaba de uno a otro a gran velocidad.
- Miren la bolita, señores... ahora la ven, ahora no la ven... la mano es más rápida que el ojo, señores... ¿quién quiere apostar?... ¿dónde está la bolita, señores?
Se acercó un tipo grande, enorme. Recuerdo que iba vestido de traje y que podría medir dos metros. Sacó del bolsillo de su pantalón una cartera repleta de billetes, sacó uno de 50 y lo colocó en la mesa de juego, ante los cubiletes.
- Apuesto 50, que hoy estoy de suerte.
Le gente que, curiosa, permanecía alrededor del tipo, exclamó sorprendida. 50 eran mucha pasta, desde luego. Pero el trilero no se amedrantó:
- Vayan los 50 del caballero, vamos allá, la mano es más rápida que el ojo, ahora la ves, ahora no la ves... et voilà! ¿Dónde está la bolita?
- Aquí -señaló el tipo. El trilero levantó el cubilete.
Allí estaba la bolita.
Sonrisa del tipo. Exclamación del público. El trilero, por el contrario, pareció sorprendido y, como no, disgustado. Le dio al tipo otro billete de 50 en pago de la apuesta, y antes de que este se girara volvió a la carga:
- Doble o nada, caballero, doble o nada, ¿quién da más? ¿Van esos 100?
El tipo volvió a sonreír, hizo una pausa dramática y, como un personaje trágico, declamó:
- Sea.
Puso los 100 en la mesa, también el trilero puso 100, recuerdo que me resultó extraña tan alta cantidad en un trilero, volvió a mover los cubiletes y volvió a ofrecerle al caballero la posibilidad de elegir.
- Aquí.
Y allí estaba, en efecto, la bolita.
La multitud prorrumpió en aplausos. El tipo cogió sus 200, se los metió en la chaqueta, se dio la vuelta y se fue.
La multitud también se fue. Yo me retiré y me quedé mirando, a lo lejos, al pobre trilero desplumado. Doscientos... El trilero recogía sus bártulos con celeridad, supuse que volvería a casa triste y cabizbajo, y sin embargo le vi sacarse del bolsillo una cartera llena de billetes, mucho más de 200, desde luego, y el caso es que esa cartera me sonaba...
Entonces caí en que era la cartera del tipo, la del bolsillo de su pantalón, el tipo con suerte había cometido el error de llevarse el premio a la chaqueta y desproteger su cartera.
No era tan malo el trilero, después de todo. Imaginé que todo estaba planeado desde el principio, incluso la vistoria del incauto. Puro perfeccionismo criminal...
Yo, en un gesto automático, me llevé la mano al bolsillo. Mi cartera seguía allí, afortunadamente.
Cuando volvió el tipo del traje, sudando y preguntando a unos y a otros, el trilero había desaparecido hacía un rato. "Ahora lo ves...", pensé.