La azafata se asomó a la zona de clase turista y mostró una enorme y dulce sonrisa antes de correr una cortina que, desde ese momento y hasta el final del vuelo, aislaría la Primera Clase del resto del pasaje. Una estrecha tira de tela que cruzaba el pasillo de lado a lado a modo de cordón policial mostraba la siguiente leyenda: "Solo para uso de los pasajeros Business".
Entre los usuarios de la clase turista se propagó rápidamente esa curiosidad que nace de la presencia cercana pero inalcanzable de lo prohibido y a la vez desconocido, y comenzaron a contarse historias...
Hubo quien habló de auténticos festines, de cochinillos asados, caviar y langosta, de frutas tropicales, de asientos que más parecían colchones viscoelásticos. Otro añadió algo sobre vinos exquisitos y cócteles suntuosos que reducían a vulgaridades a donperignones y caipirinhas. Se habló de pantallas de cine en 3D con películas aún por estrenar, de juegos de realidad virtual que te introducían en el interior del film y te convertían en el personaje que eligieras, de cuartos de baño enormes y relucientes con bañeras policromadas y jacuzzis a discreción, de triclinios y hetairas capaces de danzar al gusto del consumidor, de lujo asiático, de masajes en los pies, de piscinas climatizadas. "Sí, sí,", dijo alguien, "yo vi cómo estaban metiendo el cochinillo en el avión". Y varios asintieron curiosos. Desde el fondo, un pasajero con asiento de ventanilla dijo que había oído que montaban conciertos en directo, y que incluso en ocasiones el espacio se convertía en una barra americana donde los cubatas eran gratis y las azafatas hacían strip-tease. Se oyeron suspiros de envidia, y un tipo que no había hablado hasta ese momento comentó que ya había compañías que creaban dimensiones pararelas en la zona Business para que cada pasajero recreara su propio paraíso mientras durara el vuelo, un cielo particular a 10.000 metros de altura.
Entretanto se les sirvió la cena, pollo o ternera, pan y mantequilla, café o té y un refresco. Todos se preguntaban qué estaría pasando allí delante. La cortina no se descorrió hasta que el avión hubo tomado tierra. Mientras abandonaba el aparato, algún avispado que echó una ojeada furtiva al interior de la zona prohibida admitió que no había detectado nada de particular. Claro, no podía ser de otra manera. Los Business, por supuesto, habían abandonado el avión un rato antes...