Te despiertas angustiado. Te ahogas. Tratas de respirar, de toser, te incorporas y te retuerces como un animal cazado. Entonces te detienes un segundo y miras a tu alrededor. Las paredes te resultan familiares, es tu casa, ni siquiera recuerdas cómo llegaste allí, ni siquiera recuerdas haberte echado a dormir, solo la pesadilla, aquella visión angustiosa que ahora comienza a borrarse de tu memoria. Había sangre... y gritos... y faltaba el aire...
Tienes que hacer un esfuerzo para evitar el llanto. Solo era una pesadilla, ya pasó. Sales al pasillo, bajas por la escalera. Debe de ser ya tarde, por las ventanas entra muchísima luz, seguramente has dormido más de la cuenta, de ahí la pesadilla.
Te sorprende no encontrar a nadie de la familia sentado en el sofá, viendo la televisión. Te sorprende, de hecho, la soledad. También el silencio. Prestas atención y te sobrecoges. No oyes nada. Un silencio que duele al retumbar en los oídos. Te preguntas si te has quedado sordo... pero no... haces la prueba, hablas en voz alta, te oyes... Es el resto del mundo el que se ha quedado mudo.
Sales a la calle, no encuentras a nadie, no hay coches, no hay pájaros, no hay insectos, no hay viento. Llamas a un par de timbres, a tres, gente conocida, vecinos... nadie responde. Caminas un rato, vas al parque, luego al centro, la ciudad parece abandonada, un enorme esqueleto de piedra. Sientes miedo al ver cómo la avenida principal se pierde en el horizonte en la soledad más extrema. Te sientes observado, tal vez todo sea una broma... una broma de mal gusto.
Vuelves a casa corriendo, asustado. Los llamas a todos, pero sigue sin haber nadie. Vuelves a tu cama, te tiras y te echas a llorar, ahora sí, sumido en la desesperación. Tal vez entonces te percates de que por más que llores no caen lágrimas por tus mejillas, y caigas en la cuenta de que no te vestiste al salir de casa, ni abriste la puerta, ni la encontrarse cerrada al volver, de que no has comido ni bebido nada en horas y no hay en ti ni pizca de hambre ni sed. Tal vez entonces te mires al espejo del baño y no te veas reflejado.
Tal vez entonces, en ese mismo momento, comprendas que estás muerto...