miércoles, 14 de diciembre de 2011

La posibilidad de un eclipse

     "Pero... ¿cuánto dura un eclipse?" fue la pregunta más formulada aquel día, si es que podemos llamar "día" a aquella tiniebla densa que lo invadió todo desde el mismo momento en que el sol quedó cubierto. Aquel fue "el día del eclipse", aunque para ser exactos hemos de admitir que, desde entonces, y durante un buen puñado de tiempo, todos los días fueron "el día del eclipse"; o, para ser más exactos aún, desde entonces y durante un tiempo no hubo días.
     Ciertos fenómenos son bellos porque son infrecuentes, efímeros. En su brevedad y rareza radica su encanto, su atractivo. Sucede esto, sin duda, con los eclipses. Cuando la luna cubrió el sol los curiosos levantaron la vista al cielo asombrados ante lo maravilloso que era el universo. Varias horas después, cuando fue un hecho que el eclipse no tenía intención de pasar de largo, comenzaron las quejas, el asombro, el miedo, los gritos.
     Lo peor fue que la luna pareció también eclipsar las mentes de los humanos, que comenzaron a actuar bajo signos evidentes de confusión y trastorno. Algunos vagaban como poseídos, otros dormían semanas enteras, otros salían a maltratar el mobiliario público y a ejercer el saqueo y el vandalismo. Nadie propuso solución alguna. Era tan inconcebible lo que estaba sucediendo que se había también eclipsado el ingenio.
     Aquello duró. Mucho. Nadie supo que certeza cuánto, puesto que en un momento dado se empezó a discutir si lo que se había detenido era la luna, el universo o el tiempo, y todos acabaron desorientados.
     Luego salió el sol. Sí, volvió a salir, y tampoco nadie supo explicar por qué. Cosas que pasan, en definitiva. Y aquel primer rayo, después de tanto tiempo, fue el más bello que jamás se hubiera contemplado. Horas después vino un atardecer, luego un amanecer, y otro, y otro. Y seguían siendo bellos y apreciados, pero no por su infrecuencia, sino porque existía, y existió durante mucho tiempo, un sentimiento de desconfianza, de miedo a que, si el horror había ocurrido una vez, podía ocurrir de nuevo. Ciertos fenómenos cotidianos se tornan bellos si se teme que no puedan volver a producirse.