martes, 6 de diciembre de 2011

La iguana sabia

     Las iguanas son realmente listas, de hecho. Nadie lo diría cuando se las ve tiradas en las ramas de los árboles, tomando el sol. Cualquiera podría tacharlas de perezosas y acusarlas de estar desperdiciando la vida en una actitud pasiva e improductiva. Sin embargo, las iguanas piensan más de lo que creemos. Piensan que el sol es bueno, pero no demasiado sol, solo lo justo y necesario, por eso buscan la sombra de tanto en tanto; piensan en su alimento, sus hierbas y brotes verdes, tan asequibles desde las ramas; piensan en su seguridad, observan su entorno con una capacidad visual que ya quisiéramos muchos, y cuando intuyen algún peligro se retiran pacíficamente; piensan en su vida, en que no puede ser mejor de lo que es, lo cual es meritorio, y descansan satisfechas de lo que han conseguido.
     Una vez, no obstante, conocí a una iguana más que lista. Era esta una iguana sabia. Y no solo por poseer todas las cualidades intelectuales de sus congéneres desarrolladas al máximo de su potencial. Ya de pequeñita aprendió álgebra sencilla y los rudimentos de la lectura. Más tarde, su afán por el estudio le llevó a convertirla en una experta en varias ramas de la ciencia. Se doctoró en botánica, dominaba la física y la zoología, obtuvo menciones especiales en psicología y antropología, incluso sentía una sana curiosidad por la astronomía. Conocía varios idiomas, especialmente su idioma materno, por supuesto, el iguanés, y sus diversas publicaciones sobre los temas más variados, siempre enriquecedoras, la convirtieron en una eminencia.
     Un día trató de encontrar la verdad. Se bajó del árbol y caminó en dirección a la civilización, al saber, en la convicción de que el mundo, inmenso, guardaba valiosos secretos que ella estaría encantada de desvelar.
     No caminó mucho, sin embargo. A unos diez metros de su árbol fue pisoteada por un traseúnte que se asustó ante el brillo de sus escamas y su mirada reptiliana. El mundo de las iguanas lloró mucho su pérdida. Ninguna otra volvió a bajar de su árbol. Pero no por miedo, ciertamente, simplemente porque, no siendo tan sabias como la iguana sabia, no necesitaban encontrar verdad alguna. Se limitaban a tomar el sol en dosis moderadas, qué listas ellas, y a descansar...