domingo, 29 de enero de 2017

Ghost Town

     Los pueblos abandonados provocan una inevitable sensación de melancolía. Pasear por sus calles, siempre sucias, irregulares, llenas de obstáculos y de restos de tiempos pasados, empuja a pensar en las gentes que allí habitaron, en sus orígenes, en sus ilusiones, en las causas que les llevaron a aquel lugar a tratar de construir una vida. Al mismo tiempo, no obstante, la mente busca entre los rincones signos de decadencia, de podredumbre, y encuentra en ellos las causas del abandono.
     Todo establecimiento humano, no importa el lugar ni la época, se produce por una conjunción de causas, y por otra conjunción de causas se abandona.
     Conviene visitar estos lugares en soledad. Un pueblo-fantasma, un ghost town, lo es por que permanece solitario y ajeno a las vicisitudes de las sociedades y de los seres humanos que la conforman.
     Por eso me acerqué a aquella pequeña villa minera, de cuya existencia había sabido no hacía mucho por una guía de curiosidades de la zona. Abandonada ochenta años atrás, en parte por la crisis de la minería, en parte por un trágico accidente en el interior de la mina que quebró de raíz la estructura de la inmensa mayoría de las familias que la habitaban, la villa todavía conservaba en pie, cada vez con más dificultad, sus casas de piedra, sus modestos comercios, su plaza, aquellos lugares que la mantuvieron con vida durante siglos.
     Caminé con calma por sus calles, respirando recuerdos que fueron de otros, buscando resquicios de lo que fue y nunca sería. Me senté a comer en un banco de piedra, rodeado por construcciones que acogieron personas y que ahora eran nido de alimañas, pájaros y plantas silvestres.
     Fue la sensación de paz, la manera en la que el pasado se me mostraba a mí, particularmente, como un privilegio inaccesible a los demás, lo que me llevó a tomar la decisión de pasar allí la noche.
     Aquel fue mi error. Porque la noche es traicionera, porque se puebla de ruidos de origen desconocido, y lo desconocido nos hace temer. Porque los mismos seres que durante el día acompañan tu soledad, de noche la amenazan.
     De modo que, nada más caer el sol, el pueblo se volvió otro. Las sombras se alargaban, siniestros sonidos surgían de los lugares más recónditos. Oí pisadas, voces, gritos y susurros que achaqué al viento. Busqué el calor y la luz protectora del fuego, y lo que encontré fueron sombras multiplicadas. Me hice el ánimo, yo me lo había buscado, no eran más imaginaciones mías, eso pensé.
     Y lo seguí pensando cuando los susurros dijeron mi nombre, y cuando el fuego se apagó de forma repentina, y cuando extrañas luces comenzaron a brillar en el interior de las casas abandonadas y en ruinas. Incluso luché por creer que eran imaginadas aquellas figuras que salían por las puertas y se dirigían a mí, sombras sin rostro, que pronto me rodearon.
     Quise gritar, unir mi voz a los sonidos de la noche, pero ya era demasiado tarde.