sábado, 13 de mayo de 2017

Están pasando cosas

     Algo empezó a suceder en la vida de Claudio. Algo que, poco a poco, fue empañando la tranquila y estable burbuja de cómoda soledad en la que se había instalado.
     Lo notó en su casa. Era una presencia, un algo invisible pero perceptible que se manifestaba en las formas más sutiles. Inexplicables corrientes de aire frío que recorrían el salón, caricias que erizaban el vello de la nuca, susurros que procedían de algún lugar indeterminado del pasillo.
     Claudio no reaccionaba. "Son cosas que pasan", se decía, y trataba de seguir bogando en su particular mar de la tranquilidad.
     Lo inmaterial pasó a materializarse también de forma gradual. Mediante la utilización de objetos, por ejemplo. Pequeños utensilios que aparecían en lugares inesperados, un cojín cambiado de sitio, un bolígrafo en mitad de la escalera, una cuchara en la cama. "Esto no debería estar ahí", se decía Claudio, y devolvía el objeto a su sitio.
     Luego la presencia salió de la casa, se metió en el coche, le acompañó al trabajo, se dio por invitada a cenar. Claudio seguía sin verla, pero el sentido de la vista era lo de menos. Sentía su tacto, podía olerla, oía sus movimientos, a veces en mitad de la noche.
     Unas veces, le tomaba la mano; otras, compartían lecho.
     "Lo mejor de compartir tu vida con otra persona", le dijo un amigo, en una conversación casual, meses más tarde, "es que nunca te sientes solo. Es reconfortante".
     Claudio, entonces, sintió como le acariciaban la pierna, le estrechaban el brazo y un beso húmedo se posaba en su cuello. Nadie pudo verlo. Nadie se percató. Claudio sonrió. Estaba acompañado, y su compañía era su secreto.