sábado, 12 de agosto de 2017

El zumbido

Llevo días oyendo ese zumbido. Muy cerca, pegado a mi oreja, como si se hubiera asentado allí de forma perenne. En ocasiones lo percibo dentro de mi, dentro de mi cabeza, taladrándome desde el interior.
He intentado aislarme, he intentado huir de él a la carrera, he intentado taparme los oídos y gritar con todas mis fuerzas. Sin resultado. El zumbido se apaga, se retira al fondo, desde allí contempla la situación y regresa con más intensidad. Parece que se burla de mí, de mis intentos inútiles, de mi deseo de acabar con él.
El zumbido se sabe poderoso y actúa con soberbia. El zumbido no duerme, ni me deja dormir.
El zumbido, poco a poco, está acabando conmigo.
El único consuelo que me queda es el de saber que, cuando el zumbido, finalmente, me derrote, él se extinguirá conmigo. Necesita de mí para sobrevivir. Cuando su huésped desaparezca, desaparecerá con él su modo de vida.
Eso me hace sonreír. En ocasiones. Cuando eso sucede, el zumbido se redobla furioso. Y yo me río, aún con más fuerza, aun sabiendo que sólo podré disfrutar de la posibilidad de mi victoria, que cuando ésta se consume, ya no estaré allí para verlo.