jueves, 31 de agosto de 2017

Lejos del frío

     "¡Qué frío!", pensaba mientras se subía el cuello del abrigo. Y el viento helado le golpeaba el rostro, la lluvia le calaba hasta los huesos, la baja temperatura le atería los miembros.
     En aquellos momentos echaba de menos su cálida tierra, el sol acariciándole la piel, los largos días claros y calurosos. Precisamente aquella tierra que había abandonado humillado, triste y compungido, con la firme idea de no regresar jamás. El sol, allí, le parecía un lujo que su estado de ánimo no podía permitirse. El frío, aquí, le estaba matando.
     De modo que decidió volver al calor del que había huido, a un mundo que, si bien no conseguía asociar con su situación interior, al menos le permitiría mirar hacia adelante sin que la lluvia inclemente se le metiera en los ojos.
     Regresó, en efecto. Y cuando, tras un largo viaje, puso el pie de nuevo en las tierras ardientes que le habían visto partir, estaba lloviendo. Y siguió haciéndolo durante los días sucesivos. Y el frío, un frío helador, se apoderó de aquellas tierras, antaño paradisíacas.
     Él, al principio, pensó que la mala suerte había hecho que la lluvia le acompañara. Tardó poco en percibir, no obstante, que la lluvia era él, que estaba en su interior, que veía el mundo como un reflejo de sí mismo y que, mientras en su espíritu lloviera lluvia helada, sus ojos verían lluvia helada en el exterior.
     Incluso en las tierras del sol por las que en aquellos momentos caminaba con sus botas de piel, su gorro de orejeras y su anorak bien abrochado.