lunes, 11 de septiembre de 2017

Grandes intenciones

     Los descubrió haciendo limpieza, detrás de un mueble del salón. Al principio le parecieron hormigas, chinches o cualquier otro minúsculo insecto. Cuando se acercó para identificarlos descubrió sorprendido que, pese a su tamaño, tenían forma completamente humana.
     Intentó comunicarse con ellos. A duras penas conseguía verlos, gesticulando, dando saltos, transmitiéndole mensaje que, no obstante, no llegaban a sus oídos. Con un dedal y unos hilos de cobre consiguió elaborar un rudimentario amplificador que hizo audibles para él los sonidos emitidos por aquellos minúsculos seres. Desde luego, no le resultó extraño que hablaran su misma lengua. Habían convivido con él, a escondidas, desde siempre.
     Comenzó entonces un periodo de amistad e intercambio cultural. Cada tarde se veía con algunos de ellos, departían, comparaban sus vidas y las costumbres de sus civilizaciones.
     Hasta que la amistad se torció. Fueron minucias, pequeños asuntos sin importancia que terminaron, sin embargo, por enfriar su relación. Al tiempo que esto pasaba, los minúsculos seres comenzaron a pedir más, más comida, más libertad para moverse por la casa, más espacios comunes. Cuando, una mañana, encontró una decena de ellos durmiendo en su cama, decidió iniciar una guerra que todavía perdura.
     Cerró puertas, selló rendijas, acotó la despensa. En un acto bélico lleno de crueldad decidió fumigar la casa. Estos minúsculos sin listos, sin embargo. Y poseen determinación. Y son muchos. De modo que la comida sigue desapareciendo y sus huellas y sus excrementos aparecen continuamente por toda la casa, como muestra de que siguen ahí, de que la guerra no ha terminado.
     Ahora duerme con miedo. Los percibe por la noche, a su alrededor, tramando su venganza. En ocasiones los nota subir por sus piernas, entre su pelo, en el cuello de la camisa. Una vez, incluso, soñó que se introducían en su interior.
     Él sigue fumigando como si se enfrentara a una plaga. Así los considera. Una plaga con intenciones conquistadoras.
     Y llegará el día de la gran batalla final. Está preparado para encontrarse, cualquier día al llegar a casa, una infinidad de ellos cubriendo los suelos y paredes, dispuestos a ir a por él. Sólo espera reconocerlos antes de que sea demasiado tarde, antes de que le alcancen, le rodeen, suban por su cuerpo y lo devoren a mordiscos como las hormigas devoran a los escarabajos moribundos.