domingo, 17 de septiembre de 2017

El gran viaje en el tiempo

     Olvidado por la historia de la ciencia, el gran viaje en el tiempo, momento cumbre en el devenir de la humanidad, se produjo el 15 de octubre de 1957 en Alcañiz, en la provincia de Teruel. 
     En aquel lugar, y en aquel momento, el insigne científico Aurelio Jaramillo, viendo que se acercaban las tres de la tarde, hora prevista para la prueba, dejó a medias el bocadillo ligero que le había preparado su mujer y se dirigió al salón de su coqueta casa de piedra.
     Allí mismo, en medio del salón, se desplegaba un artefacto enorme, fabricado con planchas de hierro atornilladas y coronado por antenas conductoras de electricidad, que el propio científico había bautizado con el descriptivo nombre de "la máquina del tiempo de Aurelio Jaramillo".
     Pocos conocían la existencia del ingenio mecánico. Eran tiempos duros, la guerra fría asolaba el mundo y el doctor Jaramillo temía, y no sin razón, que una propaganda excesiva de sus estudios llamara la atención de las grandes potencias que, en su afán por hacerse con las más vanguardistas de entre las mentes científicas, podían forzarle a decantarse de un lado o de otro y dar al traste con el experimento.
     Jaramillo era un espíritu libre, una mente sin límites ni fronteras, y no quería verse involucrado en ningún tipo de politiqueo.
     Posiblemente fuese su mujer la única persona al corriente de las ideas de su marido. Y su crítico más duro, de hecho, especialmente desde que aquel que ella solía llamar "horrible cacharro" se había instalado, aparentemente "sine die", en pleno salón, en la que debía de ser zona de paso y de descanso para los habitantes de la casa.
     Pero Jaramillo, en favor de la ciencia, no atendía a razones.
     Aquella tarde, y ante la atenta mirada de su mujer, que tomaba un café sentada en el pequeño rincón que la máquina había dejado libre, Jaramillo entró en su máquina, cerró la puerta y se despidió de su mujer hasta el 15 de octubre de 1977, veinte años después.
     El doctor activó una palanca, se encendieron unas luces, saltaron unas chispas, se oyeron unas explosiones y el salón quedó hecho unos zorros. La señora de Jaramillo, que ya había asumido el desastre, apuró los últimos sorbos del café antes de buscar la escoba y empezar el proceso de limpieza.
     Jaramillo reapareció, para alegría y esplendor de la ciencia, pero no veinte años, sino unos segundos después, en cuanto consiguió echar abajo la plancha metálica que había quedado atascada. Entre toses, y lleno de humo y hollín, se presentó ante su mujer como si volviera de una larga ausencia y le preguntó si estaban, en efecto, en 1977.
     La mujer, resignada, le contestó que sí. Jaramillo puso los ojos como platos y le preguntó qué había pasado en aquellos veinte años. La mujer, por toda respuesta, tomó la escoba y se la pasó a su marido. Tras veinte años cogiendo polvo, el salón necesitaba un buen barrido, y no iba a ser ella, ahora que él por fin había regresado, quien se deslomara haciéndolo...