lunes, 25 de septiembre de 2017

TV Star

     Fran apagó la televisión y se echó a dormir. Se encontraba cansado, aturdido, después de toda una tarde sentado en el sofá y contemplando cómo la caja tonta le enviaba mensajes, unos ignorados, otros intrascendentes, que pasaban por su mente y desaparecían de ella con la misma velocidad con la que el sol se había puesto en el horizonte.
     Decidió que ni siquiera iba a dormir en su cama; allí mismo, en el sofá, se estaba cómodo. Para qué iba a molestarse más. Hubiera jurado que no llevaba ni cinco minutos con los ojos cerrados cuando sintió algo extraño. Se incorporó rápidamente y comprobó que en el salón nada había cambiado. Los mismos muebles, la misma posición de los objetos, puertas y ventanas cerradas. La televisión encendida.
     Esto último le extrañó. Estaba seguro de haberla apagado. En cualquier caso volvió a hacerlo, pulsó el botón del mando a distancia, comprobó que la imagen desaparecía de la pantalla, y volvió a echarse.
     Intentó dormir. Sin embargo, aquella noche sería, quizá, una de las más inquietantes de su vida. No porque nada extraño sucediera; no porque ningún fenómeno en concreto perturbara su sueño; sino porque le acompañó, continuamente, la horrible y desesperante sensación de que la televisión, ese objeto inerte y apagado, le observaba. Y le juzgaba.
     Sentía que aquella pantalla que normalmente era una salida al exterior había invertido su proceso y que ahora el mundo le observaba a él a través de la misma ventana por la que él, curioso, había intentado contemplar el mundo
     Pasó la noche como pudo. Subió a la cama, trató allí de dormir. Imposible. La sensación continuaba. Volvió a bajar. Estuvo en la cocina, tomó algo, volvió al salón, salió a la terraza, fuera donde fuera objetivos de cámaras invisibles parecían perseguirle,. Hubiera jurado que se había convertido repentinamente en el protagonista de un siniestro programa de cámara oculta. Cansado, cuando finalmente decidió que aquella noche no iba a poder dormir, volvió a sentarse en el sofá y encendió, nuevamente, la televisión.
     En uno de los canales un grupo de famosos, entre gritos e impertinencias, daban sus opiniones, juzgaban sin ningún tipo de criterio y aconsejaban de forma incoherente al propio Fran, tratando de arreglarle la vida, de provocarle el sueño, sin darse cuenta de que lo que realmente habían provocado era un auténtico cataclismo psicológico del que Fran, posiblemente, no se recuperaría jamás.