domingo, 22 de octubre de 2017

Camino a la cumbre

     A Hernán siempre le habían fascinado las alturas, esas inmensas moles de piedra, esos picos que destacaban sobre el horizonte cuando uno se acercaba a un entorno montañoso.
     Las cordilleras siempre le habían parecido una de las obras más grandes y bellas de este mundo. Por eso, cuando vio aquella cima, impulsado por el afán de superación que siempre arrastró al ser humano hasta los puntos más extremos del globo, decidió que tenía que alcanzarla. Se veía cercana, y frágil, indefensa en su soledad y su estrechez. Pero pronto el camino le enseñó que no era tarea sencilla llegar adonde nadie había llegado antes.
     Cruzó valles, vadeó ríos, subió senderos, volteó rocas, despejó malezas. Los últimos metros, cuando parecía que el fin estaba a dos pasos, se convirtieron en un desierto de piedra, tierra y restos de nieve.
     Comenzó a soplar una fuerte ventisca. Hernán buscó refugió, sobrevivió una noche a duras penas, despertó aterido a la mañana siguiente y continuó su ascenso. Cuando, finalmente, puso pie en el punto más elevado dispuesto a ensanchar su espíritu ante una experiencia que iba más allá de los poderes del ser humano, lo que vio fue una pequeña sucursal de un restaurante de comida rápida.
     Al comprobar que el espíritu se le había caído a los pies, y al comprobar, del mismo modo, que estaba realmente hambriento, se rindió ante la evidencia y pidió un menú basado en par de buenas hamburguesas.