Cuando acudió, se encontró con una pareja de ancianos que, en compañía de su nieto, estaban pasando el fin de semana en el campo.
- Y bien, ¿qué es lo que sucede?
- Están lloviendo cosas -le contestaron.
- ¿Cómo?
- Cosas de música.
En ese momento, Fresnedillo echó una ojeada al pequeño huerto que rodeaba la casa. Sobre las hortalizas, y con clara intención de dañarlas, habían colocado trompetas, un par de xilófonos, un clarinete, tres o cuatro violines y algunas violas.
- ¿Y esto? ¿Es que los tomates van a organizarse en una filarmónica?
La broma no tuvo el menor eco en los ancianos, que permanecían agitados. El niño, incluso, le hizo al agente una burla.
- Bien, ¿de dónde ha salido todo este instrumental?
- Ya decimos. Llovió.
Fresnedillo se mesó la barba. Empezaba a cansarse de la situación. En ese momento, sin embargo, un timbal cayó a escasos tres metros de los ancianos, y un violonchelo poco más allá. ¿De dónde? Fresnedillo no podría decirlo. Miró al cielo, claro y reluciente como en un día de verano. Luego a los ancianos.
El gesto de angustia que vio en sus rostros le provocó la risa. Se rió a mandíbula batiente.
- Llueven instrumentos de música -dijo entre carcajadas. - ¿Y qué queréis que haga yo? Montad una orquesta.
Se reía tanto que se arrojó al suelo y no pudo evitar retorcerse. Cuando se calmó un poco, volvió a levantar la vista. Tenía curiosidad por saber si el chaparrón musical continuaría durante mucho rato.
Sólo tuvo tiempo de intuir que un enorme piano de cola iba directo a estampársele en la cabeza.