domingo, 28 de enero de 2018

Por qué tenía que ser yo

     Todos los objetos tienen esencia. Todos tienen un núcleo vital que, no obstante, se revela imperceptible para los seres humanos. Para todos, menos para mí.
     No sé si es un don o una condena. A la agradable sensación de saberse diferente, a la única posibilidad de contactar con formas de vida que hasta ahora se consideraban inertes, se une un inconveniente fundamental: todo ser vivo necesita atención, todo ser vivo tiene una razón por la que está vivo, todos quieren algo, todos se creen con derecho a pedir.
     Así que mi poder no me hace un privilegiado. Me condena a oír, una y otra vez, los lamentos y las quejas de aquellos que han nacido a la existencia gracias a mí.
     ¿Por qué tenía que ser yo? ¿Qué hay de especial en mí? ¿Ha sido casualidad o he sido designado por algún tipo de ente superior? ¿Hay otros como yo?
     Mientras los encuentro, y con tal de no oírlos repetir una y mil veces sus peticiones, las mesas, las piedras en la calle, los bolígrafos, los cubos de basura o las cortinas del salón taladran mis oídos con exigencias tan banales como vistas al mar, un desplazamiento de dos metros, una inmersión en agua o un lavado diario...