sábado, 10 de febrero de 2018

Los hombres que vinieron del frío

     Hacía tanto frío que se helaban hasta las ideas. Las predicciones meteorológicas ya habían anunciado temperaturas que los registros apenas recordaban. Era cuestión de encerrarse en casa con provisiones, asegurarse del buen funcionamiento de los calefactores y esperar a que pasara el temporal.
     Nadie contaba, no obstante, con que, junto al intenso frío, llegaran ellos.
     Eran humanos, se determinó, aunque en algún momento se llegó a dudar. Apenas hablaban, se desplazaban con lentitud, como si en todo momento un fuerte viento les impidiera el avance, y tenían la extraña costumbre de mirar fijamente a los ojos a aquel que se cruzara en su camino.
     Llegaron por decenas, por centenares. Acampaban en cualquier lugar, y allí permanecían mientras la ventisca hacía temblar sus tiendas y la lluvia, el granizo o los copos de nieve las golpeaban con fuerza.
     Nunca se supo de qué se alimentaban.
     Las ciudades comenzaron a preocuparse ante el misterio que rodeaba a los recién llegados y el desconocimiento sobre su origen. Se elevaron preguntas a las más altas instancias, preguntas que demandaban información sobre los hombres que vinieron del frío y que exigían actuaciones ante lo que se comenzaba a concebir como una plaga.
     Las autoridades, ante la presión popular, se decidieron a actuar. Inspecciones, avisos y requisitorios fueron enviados a los campamentos por mensajeros que regresaban desalentados o que, y esto era lo peor, no regresaban jamás.
     Se decidió, entonces, que había llegado la hora de enviar a las fuerzas del orden. Se esperó, pese a la impaciencia de algunos, a que el temporal remitiera, como así, en efecto, sucedió.
     Cuando las fuerzas del orden llegaron al campamento, este había sido levantado. Los hombres que habían venido del frío, en efecto, se habían marchado con él.
     De ellos nunca más se supo. Todavía, no obstante, cada vez que se anuncia temporal y descenso de las temperaturas, una especie de escalofrío recorre la espina dorsal de los habitantes de las ciudades, un temor inefable a que el temporal, una vez más, suponga la llegada de los hombres del frío, o de lo que quiera que fuesen,