lunes, 26 de febrero de 2018

Maten al mensajero

     La guerra llevaba ya una década acumulando víctimas, segando las infraestructuras y sumiendo a la población en la más absoluta de las miserias, la miseria moral.
     El rey decidió que había llegado el momento de tomar una decisión. Sentado frente a sus consejeros, respiró hondo y se estiró en el trono. Llegaba, por vez primera en todos estos años, un emisario del enemigo. Del odioso enemigo.
     El rey estaba dispuesto a ser clemente. Perdonaría al enemigo si se rendían, si asumían su derrota, retiraban su actitud hostil y aceptaban su autoridad. Vivirían. Él ganaría nuevos súbditos y aumentaría sus ingresos; ellos seguirían con vida.
     El emisario se acercó con paso seguro.
     - Majestad...
     El rey sonrió. Ya podía paladear su victoria.
     - Majestad...
     - ¿Qué ofreces?
     El emisario guardó silencio.
     - Habla, plebeyo.
     - Pues le ofrezco...
     - Habla de una vez.
     - Le ofrezco clemencia, Majestad. Estoy autorizado a ofrecerle la paz a cambio de su rendición, la asunción de su derrota, la retirada de su actitud hostil y la aceptación de la nueva autoridad superior.
     El rey enrojeció visiblemente. Se agarró a los brazos del trono para mantener la compostura y no saltar disparado. ¿Así querían acabar con la guerra? ¿Con una absurda rendición? ¿Con la renuncia a una victoria segura? ¡Estúpidos!
     - ¿Qué respuesta he de llevar conmigo?
     - ¿Llevar contigo? Pero, ¿en serio crees que vas a llevar algo?
     El rey hizo un gesto. Acto seguido, sus guardias entraron en la sala.
     Horas después, el enemigo recibía, por toda respuesta, la cabeza del mensajero en una bandeja de plata..