domingo, 4 de marzo de 2018

La eterna lucha

     Kutbaip se había quedado solo en mitad de la batalla. El ejército del que él era orgulloso integrante, el imparable ejército mongol, estaba a punto de perecer por completo a las puertas de la imponente cordillera de los Himalaya.
     El combate había sido cruento, y Kutbaip había visto perecer, uno a uno, a todos sus aliados.
     En un momento dado, Kutbaip se vio a sí mismo, en pie pero ensangrentado, blandiendo su arma frente a miles de soldados enemigos. La rendición, sin embargo, no cabía en su mente.
     Kutbaip cerró entonces los ojos, se encomendó a sus dioses y echó a correr hacia la muerte.
     Y cuentan las crónicas que la muerte se apiadó de él. Kutbaip empezó a ensartar a todo aquel que se le enfrentaba, uno tras otro, que cayeron por centenares, por millares, que Kutbaip sobrevivió como solo los héroes lo hacen.
     Cuentan también, no obstante, que la muerte no hace favores sin recibir nada a cambio; que la sed de sangre cegó a Kutbaip; que cuando sus enemigos se extinguieron él busco unos nuevos; que aun hoy día, perdonado por la muerte y condenado por la furia, recorre el mundo acabando sin piedad con la vida de quien se le cruza en su camino.
     Para Kutbaip, que se vio solo ante todos los que querían acabar con su vida, todos son enemigos. En todo lugar, y por toda la eternidad.