martes, 28 de agosto de 2018

Y se habían levantado

     Descendieron temerosos. Más allá de sus obligaciones laborales, a nadie le gusta meterse en asuntos que no domina y que es incapaz de controlar. Por eso los vigilantes nocturnos desconfiaban.
     - Son catacumbas, tranquilo, allí no hay nada que nos deba asustar. El verdadero peligro está aquí, en la superficie.
     Palabras de ánimo que se lanzaban uno a otro y en las que ninguno creía.
     - Pero habrá que bajar, ¿no?
     Los ruidos habían sido aquella noche más intensos que de costumbre. Una especie de martilleo, un rugido como de maquinaria pesada que se arrastrase por los pasillos llenos de tumbas y cuyo eco reverberara hasta alcanzar la superficie.
     - Ésas son las trompetas del infierno.
     - Cállate ya.
     Ya los habían oído, no tan intensos, en días anteriores. Y sus compañeros, los afortunados de la ronda diurna, nada. Sólo por la noche.
     Bajaron los primeros escalones en estado de alerta. Habían pensado en ladrones de tumbas, en ratas o cualquier tipo de alimañas, en desprendimientos o inundaciones. En cualquier caso, era su misión detectar el problema, notificarlo y, llegado el caso, ponerle solución.
     Cada avance era un paso más hacia un abismo desconocido.
     Cuando llegaron a los primeros pasillos, sin embargo, el temor dio paso a la consternación.
     - Aquí no hay nada.
     Caminaron por los estrechos pasillos repletos de tumbas, depositadas unas encima de otras en distintos niveles. Apuntaron con sus linternas. Allí no había peligro aparente. También habían cesado los ruidos.
     Uno de ellos de repente, palideció.
     - Pero, ¿esto no estaba lleno de muertos?
     - Claro, de generaciones enteras.
     - Pues ya no están...
     Miraron entonces con más atención. Custodiaban un cementerio subterráneo en el que los cuerpos habían desaparecido. Las tumbas estaban abiertas. Todas. Y vacías.
     No tardarían en comprender que no había ladrones de tumbas. Que los muertos se habían levantado. Que habían cavado y escapado por uno de los conductos de aire. Que avanzaban por las calles, por la superficie, sembrando el terror.
     Si lo hubieran sabido en aquellos momentos, jamás habrían optado por ascender a intentar dar la voz de alarma.
     Porque era peligroso, y porque ya era inútil.