domingo, 11 de noviembre de 2018

Con la soga al cuello

     Jamás se había sentido tan lúcido. Allí plantado, a los pies de la horca, con la soga al cuello y la multitud gritándole entre la histeria y la demencia, vio las cosas tan claras como nunca las había visto.
     Por un momento los odió a todos, fanáticos ignorantes, aunque ese sentimiento dio rápidamente paso a la compasión. Le daban pena, tan manipulables, tan incapaces.
     Y, sin embargo, era él quien pendía de un hilo.
     Escasos segundos le separaban de una muerte horrible. O actuaba con celeridad, o no habría posibilidad de salvarse. Suplicar no tenía sentido, pues nadie le prestaría atención, tan concentrados estaban en proferir insultos y blasfemias.
     Notaba cómo sus sentidos se abrían, cómo su mente funcionaba a una velocidad sorprendente, cómo buscaba, entre los callejones sin salida, una rendija que le permitiera huir.
     El suelo entonces se desplomó, la soga se tensó y se hizo el silencio.
     Varios segundos después, gritos de pánico se extendieron entre el público. Partían de aquellos que poblaban las primeras filas y que, desesperadamente, trataban de alejarse del cadalso.
     Allí, el condenado a muerte flotaba. No pendía de la soga, no. Flotaba en levitación, mientras sonreía y observaba el caos a su alrededor.
     No había sido la mejor de las soluciones, especialmente si quería seguir pasando desapercibido, pero le divertía ver a los crédulos empujándose y buscando a la desesperada la salvación.
     El problema ahora, una vez descubiertas sus capacidades para el vuelo, iba a ser desatarse.
     Ese poder, el de deshacer nudos, aún no lo tenía trabajado...