Προσοχή
Αυτή η λίμνη είναι μολυσμένη με οξύρρυγχους.
Un grupo de veraneantes se había acercado al lago. Procedentes de Rusia, habían visto en aquellas aguas aparentemente calmas la posibilidad de refrescarse con tranquilidad y sin riesgos. Chapoteaban inocentemente cuando comenzaron a oírse los primeros comentarios confusos. Un niño que decía que algo le había rozado la pierna, una señora que daba un grito de sorpresa. Tuvieron que pasar varios minutos hasta que la frecuencia de los comentarios llevó a alguien a proferir aquellas mismas palabras que ya estaban escritas en aquel cartel que nadie terminaba de percibir.
"¡Cuidado! ¡Este lago está infestado de esturiones!".
A los rusos les costó entenderlo, tal vez porque la advertencia oral había sido proferida en el mismo idioma en el que se mostraba en el cartel. Pasaron otros varios minutos hasta que todos lo comprendieron y fueron saliendo del agua. A algunos, no obstante, la advertencia les había servido de acicate, y habían regresado con arpones de pesca. Se metieron de nuevo, hasta que el agua les llegó al pecho, y trataron de arponear alguna pieza de la que presumir, que hacer luego a la plancha o al horno, de la que extraer un poco del exquisito caviar...
Aquellos rusos no volvieron. El agua se los tragó. O los esturiones. Todos los vimos hundirse repentinamente. Daba la impresión de que hundían la cabeza en el agua para arponear, pero luego no ascendían a la superficie, y así pasaban los segundos, y los minutos, hasta que dábamos por sentado que ya no iban a regresar.
Era primitivo, casi telúrico, y de una belleza conmovedora contemplar a aquellos hombres, en aquel paraje sublime, rodeado de montañas inconmensurables, enfrentados a una lucha contra la bestia de la que salían perdedores. Algunos de los allí presentes, incluso, derramaban mares de lágrimas.