domingo, 17 de noviembre de 2019

La sombra de la duda

     Ángel pronto dedujo que aquel tipo tenía pinta de sospechoso. Lo venía viendo desde hacía un rato, desde que al doblar la esquina se había percatado de su presencia cruzando la calle. Caminaba seguro y decidido, sí, pero al mismo tiempo giraba la cabeza con excesiva frecuencia, miraba a su alrededor, aminoraba el paso... como si no tuviera duda alguna de su destino, pero al mismo tiempo temiera que le estuvieran siguiendo.
     Y le estaban siguiendo, en efecto, aunque quizá no como él se pensaba.
     Ángel no tenía ninguna misión que cumplir. Lo seguía con la mirada, sí, desde hacía ya un buen rato, pero todo era fruto de la casualidad. Se había cruzado con él, sus maneras le habían intrigado, Ángel había continuado su camino a casa y éste coincidía con el camino que seguía el extraño.
     Hasta aquí, todo normal. Ángel comprobó que ya estaba cerca de casa. En unos segundos sus destinos se separarían. Él, para sentarse a comer mientras veía la tele; el extraño, Dios sabe para qué.
     Tampoco le importaba. ¿O sí?
     Ángel pensó que podía seguir al extraño. Seguirlo de verdad. Comprobar a dónde se dirigía y cuáles eran sus intenciones. Tal vez su actitud tenía una razón de ser, tal vez Ángel iría a ser testigo de hechos relevantes que cambiaran para siempre el destino de la historia o de su vida...
     Bah. La verdad era que resultaba más tentador echarse un rato a dormitar en el salón.
     De pronto, el extraño se detuvo ante una puerta conocida. A Ángel comenzaron a temblarle las piernas. El extraño se había detenido delante de su casa, de la casa de Ángel, aquella a la que él justamente, se dirigía desde un principio.
     El extraño volvió a girar la cabeza sospechosamente. No vio a Ángel, al otro lado de la calle, helado de terror. El extraño llamó al timbre, alguien le abrió y entró en casa de Ángel con una sonrisa, saludando como si todo fuera de lo más normal.
     Ángel, en cambio, se vino abajo. "Adiós a la siesta en el sofá", pensó. Sobre todo porque en su casa había no un extraño, sino dos, pues Ángel sabía positivamente que él, quién mejor que él iba a saberlo, vivía solo.