domingo, 3 de noviembre de 2019

Y entonces creé el mundo

     No me sentía a gusto. Los días de aburrimiento e inacción eran constantes y se hacían eternos, insoportables. Llegué a la conclusión de que necesitaba algo que me despertara del sopor, que agitara mi existencia.
     En cuanto comprendí que el universo era un lugar enorme, eterno y desalentador, pensé que lo mejor sería cambiarlo. O imaginar uno nuevo.
     Me puse, pues, manos a la obra. Un universo dinámico, cambiante, impredecible para aquellos que lo vivieran desde dentro. La trama argumental de su historia me vino a la mente como una inspiración. Fue repentina, y quedó grabada en mi mente para siempre.
     Imaginar el universo, en esas condiciones, no fue nada difícil. Ciertos aspectos funcionan de forma mecánica, por supuesto, pero en toda historia hay un fondo gris sobre el que sus personajes se desarrollan, podríamos decir, en un primer plano. Lo fascinante de mi creación, sin querer pecar de inmodestia, es lo que no se puede predecir.
     Los seres que pueblan el universo son tan sutiles que parecen enormes cuando en realidad son diminutos, todopoderosos cuando son tan frágiles como una hoja empujada por el viento. Me encanta comprobar que son lo suficientemente complejos como para intuir que su futuro está marcado, pero que, al mismo tiempo, no tienen ni la menor idea de si esa intuición es cierta y, desde luego, de adónde se dirige.
     Me enganché a mi creación y, tantos eones después, me sigue pareciendo fascinante. Y el aburrimiento se ha convertido en cosa del pasado.