domingo, 2 de febrero de 2020

Y cuando despertó...

     Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
     - Y tú, ¿qué haces aquí?
     - Pues tú me dirás...
     - No deberías estar aquí, eras solo un sueño.
     - A veces los sueños se hacen realidad.
     - Déjate de psicología barata, anda. Ahora en serio, ¿por qué estás aquí?
     - La pregunta no es "por qué", sino "para qué".
     - Joder, para ser un dinosaurio, eres un filósofo de gran calado. ¿Para qué estás aquí, pues?
     - Para comerte.
     - Sí, ya... Para comerme mejor, abuelita...
     El dinosaurio decidió entonces que había hablado suficiente. Que ya era raro que un dinosaurio saliera de un sueño y apareciera en un dormitorio, pero que más raro era que hablara, y más aún que filosofara. Decidió, por tanto, pasar a la acción.
     No habían transcurrido, en consecuencia, ni cinco segundos cuando el dinosaurio había ya arrancado de un mordisco la cabeza de su interlocutor. Ese fue el tiempo, quizá algo menos, que este tuvo, antes de la lógica muerte por decapitación, para pensar que, en ocasiones, los sueños se convierten en realidad.
     Y que este hecho no siempre trae consecuencias positivas.