domingo, 8 de marzo de 2020

Es peligroso asomarse al exterior

     A Félix le habían dicho que no saliera a la calle. Que fuera al supermercado, comprara vituallas para un par de semanas y se refugiara en casa. Que las cosas no estaban como para dar paseos como si nada. Que ya avisarían.
     De eso había pasado ya un mes. Menos mal que Félix siempre había sido precavido y, cuando vio cómo en el supermercado la gente empezaba a perder el norte y a ponerse nerviosa, decidió comprar suministros en abundancia. Y menos mal, también, que había empezado a racionarlos en casa ya desde el principio. No eran tiempos para dispendios.
     En aquel mes de encierro habían pasado muchas cosas. Había habido tiempo para aburrirse, para desesperarse, para pensar que todo acababa y para comprobar que no había hecho más que empezar.
     Hubo un momento trágico cuando se cortaron las comunicaciones, hacía ya más de una semana. Los televisores, la radio y los teléfonos dejaron de funcionar. ¿Qué quería decir eso? ¿Por qué estaba incomunicado? ¿Acaso no quedaba nadie ahí fuera que mantuviera estables las comunicaciones?
     Félix no se atrevía ni a abrir la ventana, pero desde dentro, observaba el exterior, especialmente, en los últimos días, por aburrimiento. Nada había fuera, sin embargo. No había gente, no había coches. La ciudad estaba desierta.
     Hace dos días descubrió a una vecina que, desde su ventana en el bloque de enfrente, lo saludaba. No la conocía, no había reparado en su presencia ni antes ni después del encierro hasta ese momento. Ahora, sin nada mejor que hacer, habían desarrollado una especie de lengua de signos por la que comenzaban a comunicarse.
     Ella le decía que comenzaba a quedarse sin comida. Él le decía lo mismo. A ambos empezaba también a escasearles el agua.
     Estaban de acuerdo en que tarde o temprano tendrían que salir al exterior, a buscar alimento, a testar la situación. La idea les aterrorizaba.
     Pronto llegaría un punto en el que habría que elegir si morir de inanición sin salir de casa o desobedecer y arriesgarse a la aventura exterior. Félix no sabía qué opción tomaría, y la duda le martirizaba tremendamente.