domingo, 22 de marzo de 2020

No toda anécdota es literaturizable

     Hay ruidos en la calle. Presto atención. Es una especie de estruendo que no sé muy bien de dónde procede. Miro por la ventana y no termino de ver nada. La abro y me asomo al balcón. Entonces me empiezan a caer gotas en la cabeza. Tardo unos segundos en comprender que se trata de agua. Son segundos angustiosos, pues por mi mente pasan como un relámpago las posibilidades de que se trate de caca de paloma, de lluvía ácida, de aguas fecales arrojadas desde un avión. Confirmo, para mi tranquilidad, que está lloviendo.
     Cuando las gotas empiezan a resbalar por mi frente decido que es mejor volver al interior. Sobre el sofá descansa mi gato. Me mira y en sus ojos se refleja la sorpresa por mi agitación ante la lluvia en el exterior, por mi preocupación por las gotas de agua que yo mismo he introducido y que, resbalando desde mi cráneo, amenazan con mojar el parqué. Sé que el gato piensa que soy estúpido por preocuparme por tales nimiedades. No lo odio por ello, no obstante. De hecho, diría que tiene razón.
     Me siento a escribir lo que me ha sucedido. "La realidad es la mejor fuente de ficción", dijo alguien. Me admito que no sé quién lo dijo. Ni siquiera sé si realmente lo ha dicho alguien, pero estoy seguro de que así ha sido. Si no lo dijo nadie, alguien debería haberlo hecho. Me ruborizo ante mi intento de cita célebre convertido en ridículo propio.
     Vuelvo a mirar a mi gato. Si fuera humano, se estaría riendo en mi cara. Como no lo es, disimula y se ríe por dentro.