Los elegidos regresaron al punto en el que había tenido lugar la catástrofe. Contemplaron las ruinas del templo, se rasgaron las vestiduras, se arrodillaron, clamaron al cielo entre las lágrimas y los lamentos de las plañideras.
Era necesario hacerlo así.
Luego se incorporaron, improvisaron un pequeño altar, ofrecieron holocaustos, hicieron libaciones y proclamaron la llegada de un nuevo periodo.
Porque así había que hacerlo.
Sin más dilación, sin pausa para reflexiones innecesarias, comenzaron, piedra sobre piedra, a reconstruir el templo que la catástrofe había destruido. Y sería más grande, y más firme, y más poderoso.
Como tenía que ser.
Y nadie podría esta vez detenerlos. Y pisarían cabezas, y romperían dientes y quebrarían cráneos, si era necesario. Y crecerían en número, multiplicándose y desparramándose por todo el territorio. Y darían la vida por que así fuera.
Así había sido establecido y así terminaría siendo, ya tuvieran que pasar años, décadas o siglos.