viernes, 29 de diciembre de 2023

Deditio in dictionem

    Regulus le llamaban los romanos, reyezuelo, a él, que había sido capaz de alcanzar el poder, dominar a los aspirantes, hacer crecer la ciudad, ganarse el respeto y temor de las ciudades circundantes.

    Pero la maquinaria de guerra del águila estaba perfectamente preparada, eran más y parecían nutrirse de depósitos infinitos. Los combates habían sido feroces, pero se habían visto obligados a recular. Luego habían llegado los cinco largos meses de asedio, incluyendo lo más crudo del invierno.

    Finalmente, se habían visto en la obligación de rendirse, antes de perecer de hambre, de frío, de enfermedad.

    Deditio in dictionem, había oído decir. La ciudad sería arrasada y desaparecería de los anales de las historia. Toda la obra de una vida sería olvidada. Él sería ejecutado, así como sus compañeros y toda la cúpula gobernante de la ciudad. El resto de habitantes serían vendidos como esclavos.

    Esclavos que contribuirían al crecimiento de Roma, que producirían a cambio de la supervivencia. Esclavos procedentes de un lugar que ya no existiría. Pero sobrevivirían.

    Antes de agachar la cabeza, el regulus miró de reojo a su mujer y a sus hijos, ocultos entre el vulgo a los ojos de los vencedores. Ellos también sobrevivirían y lo llevarían en la memoria. En eso estaba pensando cuanto cayó sobre su cuello la afilada hoja del hacha.