domingo, 31 de marzo de 2024

La saetera

     La verdad es que le parecía fascinante. Si el destino no le hubiera marcado la senda del soldado, le hubiera gustado ser arquitecto, constructor de fortalezas, como ese extranjero que había entrado al servicio del rey y que ahora supervisaba el estado y la resistencia de cualquier muro que se levantaba en el reino.

    La misma saetera que tenía delante le hipnotizaba como un encantamiento. Una fantasía ideal: poder atacar al enemigo sin que este tuviera posibilidades de responder. Era tan cómodo sentarse junto a la ventana y ver cómo el vano se abocinaba hasta concluir en una pequeña rendija... Desde ahí podría disparar flechas, pero las del enemigo lo tenían casi imposible para entrar.

    Acercó el rostro. Trató de observar al otro lado, allí abajo, donde las tropas contrarias aguardaban en formación la orden de ataque. Nada podrían hacer contra la fortaleza.

    Se acercó aún más, para ampliar su perspectiva. Guiñó un ojo para enfocar mejor. Casi sacaba la nariz por el hueco de la saetera.

    Vio cómo daban órdenes a los arqueros, y cómo estos lanzaban una primera horda de flechas. Se sentía seguro, protegido. Observó, sin embargo, que una flecha se dirigía directamente a su ojo. Lo abrió aún más, sorprendido. Sería una auténtica casualidad, casi un milagro, que la primera flecha que le lanzaban entrara por el estrecho hueco de la saetera.

    Cuando entendió que así iba a ser, que las casualidades existían, que los milagros también, ya era demasiado tarde y la flecha, inclemente, le había atravesado el globo ocular y le había atravesado el cráneo.